Ecológico
09/04/14
Ecoportal
Biopatentes: el cercamiento de la materia viva

Un recorrido histórico desde el origen de las patentes sobre la vida hasta las alternativas actuales. Las patentes sobre la materia viva son un fenómeno reciente. En 1980, General Electric obtuvo la primera patente sobre un “organismo transgénico”, una especie de bacteria. En 1987, la Oficina de Patentes y Marcas de los Estados Unidos autorizó la patente de “todos los organismos vivos pluricelulares transformados mediante ingeniería genética, incluidos los animales”, con una única excepción: los seres humanos.

 

 Aunque la normativa vigente no autoriza la patente de seres humanos, sí permite la de secuencias genéticas, tejidos o células. La bioprospección del genoma humanoconsiste en tomar muestras de sangre, fluidos o tejidos humanos para identificar características genéticas singulares o potencialmente valiosas. Es el caso de Henrietta Lacks, fallecida de cáncer en 1951, meses después de que le fuera extirpada del útero una sección de tejido cancerígeno. De él se extrajo la línea celular HeLa, de la que se han reproducido unas 50 millones de toneladas y cuya manipulación está en el origen de unas 17.000 patentes de productos farmacéuticos. La familia de Lacks no tuvo noticia hasta 1976 y no ha recibido contraprestación alguna.

Las patentes afectan también a las semillas y las plantas. Monsanto, por ejemplo, ha obtenido entre 1983 y 2005 nada menos que 647 patentes sobre organismos vegetales. Esto significa que un campesino que quiere cultivar una especie cuya semilla ha sido patentada debe adquirir no sólo la semilla, sino el derecho a utilizarla para una única cosecha.

Por lo general, las regiones ricas en biodiversidad son países del hemisferio sur. La activista india Vandana Shiva lo expresa así: “Las patentes actuales repiten los mecanismos coloniales que se pusieron en marcha hace 500 años. Permiten a las empresas multinacionales apropiarse de las semillas y plantas desconocidas por el hombre blanco y comercializarlos”. Las biopatentes afectan también al conocimiento vinculado con el cultivo. Cuando se patenta una especie vegetal, se privatizan un conjunto de saberes colectivos sobre el medio natural, acumulados por el ser humano durante generaciones. Como señala la artista y escritora Claire Pentecost, que ha trabajado sobre la agricultura industrial, “las semillas son el sistema de conocimiento en código abierto más duradero de la historia. Son un repositorio de saberes”.

‘Genetic Commons’

Los movimientos antiglobalización abordan este asunto desde el medioambiente o la biodiversidad. En el Foro Social Mundial de Porto Alegre de 2002, cientos de ONG firmaron el Tratado Iniciativa para Compartir los Bienes Comunes Genéticos. Declararon su oposición a cualquier extensión de propiedad intelectual sobre cualquier ser vivo o cualquiera de sus componentes y propusieron el establecimiento de un procomún global para los recursos genéticos del planeta.

Esta postura ha inspirado buena parte de la oposición al avance de las biopatentes. Pero la investigadora de la Universidad de California Kavita Philip, especializada en historia de la ciencia y la tecnología, plantea ciertas reservas. Primero, porque oculta tanto la existencia de “modernidades regionales” como la complejidad actual de los países emergentes, insertos en un “escenario post-liberal” presidido por la convivencia simultánea entre diversos paradigmas económicos y culturales.

Y segundo, porque niega la posibilidad de “una sociedad civil indígena, de subjetividades racionales indígenas” que elabore un régimen de gobierno de su entorno basado en sus propias construcciones culturales. De hecho, son los ­países donde se localiza la mayor parte del capital biológico del planeta los que han empezado a rechazar la retórica del “bien común” o del “patrimonio de la humanidad” para sugerir otras más cercanas a sus modelos de pensamiento.

Es el caso de la Constitución de Ecuador aprobada en 2008. Declara a Ecuador país libre de cultivos y semillas transgénicas y prohíbe expresamente la propiedad intelectual sobre productos o derivados del conocimiento colectivo. Además, incluye una sección sobre los derechos de la naturaleza y numerosas referencias a conceptos indígenas como el sumak kawsay, habitualmente traducido como el principio del buen vivir, y la pachamama, que se identifica con la naturaleza, la madre tierra o el principio explicativo fundamental en la cosmovisión andina.

Romper el antropocentrismo

Para Eduardo Gudynas, académico y activista por el desarrollo sostenible en América Latina, la pacha­mama se distingue de la naturaleza, el medio ambiente o el ecosistema en que éstos son conceptos europeos que implican la instrumentalización de los recursos naturales. “Encierran una perspectiva de fragmentación y manipulación de la naturaleza. Sirven para asegurarse el acceso a recursos de valor económico pero están en tensión con otras visiones que buscan preservar los ambientes naturales o las especies emblemáticas por otros motivos distintos a los económicos”, señala. En su opinión, la perspectiva del medio ambiente como derecho significa que el medio ambiente sólo se protege en función de los derechos de las personas, para el bienestar humano. Lo que aporta la Constitución ecuatoriana es que, en su formulación, la pachamama existe y es digna de protección independientemente de su utilidad para el ser humano.

Este giro biocéntrico, que pone lo vivo en el centro, rompe la visión antropocéntrica característica de la modernidad. Implica un cambio de mirada más ambicioso que las posturas medioambientalistas que cuestiona la idea del sujeto –individual, autónomo, soberano y libre– como centro gravitacional de todo modelo de pensamiento.