Ecológico
26/09/18
La Vanguardia
Eduardo Gudynas: “Los economistas tradicionales invisibilizan los costos económicos del daño ambientalâ€

El uruguayo Eduardo Gudynas es uno de los más importantes académicos de la izquierda latinoamericana. Sus críticas en torno al extractivismo y a la problemática ambiental han evidenciado las limitaciones del ciclo progresista y su modelo de desarrollo.

 

 

Es uno de los pensadores más respetados en ecología social y en pensamiento ambiental en el continente. Dedicó buena parte de su vida a analizar los conflictos ambientales de América Latina y los beneficios e impactos del extractivismo, tema al que ha dedicado numerosos estudios. En esta entrevista asegura que Sudámerica está en el umbral de sus límites ecológicos y reivindica el rol de la universidad “para generar ciencia independiente que nos permita evaluar el deterioro ambiental”, pero también para discutir salidas.

 

 

¿Es usual que se hable de economía al mismo tiempo que se habla de ecología?

 

Bueno, no. No es usual. Lo que intento al nombrarlas juntas es mostrar que la dimensión ecológica desaparece o se vuelve invisible por detrás de la predominancia de la visión económica. La gente comenta indicadores como la inflación o el porcentaje de crecimiento del PBI, pero otros indicadores que son igualmente claves, importantes para entender la situación de un país, como los niveles de erosión, la calidad de las aguas de un río como el Uruguay, muchas veces esos indicadores no están en el debate público. Y cada uno de esos problemas tiene una dimensión o una contraparte económica, tienen un costo para una economía nacional, que es precisamente lo que invisibilizan los economistas tradicionales: no calculan los costos económicos del daño ambiental.

 

 

Esta discusión a la que hace referencia viene desde hace décadas. ¿Qué hizo que se comenzara a abrir camino en el debate social?

 

En general, porque este debate pone en tensión o expresa las contradicciones existentes entre ideas de progreso, de crecimiento, de desarrollo, que están profundamente arraigadas no solo en las políticas sino en las culturas de los países. Prevalece la concepción, o el mito en verdad, de que Sudamérica es la tierra de los recursos, de las riquezas naturales, y que éstas nunca se van a acabar, y que es un continente tan enorme, tan grande, con áreas naturales por doquier, que las temáticas de contaminación o de desaparición de fauna y flora es un drama de europeos o de estadounidenses, de países altamente desarrollados. Pero esto ya no es así. El continente sudamericano desde hace décadas cruzó un umbral donde ahora prevalece la desaparición de aquella naturaleza, donde ahora los grandes cursos de agua están contaminados, afectados, comprometidos por residuos, y donde la riqueza en exportar recursos como hidrocarburos o minerales, se encuentra en una etapa de agotamiento de los yacimientos más accesibles o más ricos, o más próximos para explotar. Por lo tanto los límites ecológicos al sueño del crecimiento perpetuo están presentes y ya no pueden ser ocultados.

 

 

Ante el crecimiento sin límites se ha presentado el “decrecimiento” como alternativa, pero usted no lo ve como una solución ¿verdad?

 

Hablar de límites ecológicos significa aceptar que las capacidades de un país, del continente o del planeta están limitadas: hay una cierta disposición de tierras cultivables, hay cierta agua aprovechable, y además el ambiente tiene precisas capacidades para amortiguar, reciclar, etcétera, los impactos que se le hacen. Por lo tanto es el desarrollo el que tiene que adaptarse a esos límites, y eso es lo que no ha sucedido hasta ahora. En Europa hay una profunda discusión que dice que la solución a esto es decrecer, pero a mí me parece que ése es un debate muy europeo, propio de sus circunstancias y entendible para sociedades muy industrializadas y de muy alto consumo. Pero aquí, en nuestro sur, en Uruguay como en Argentina y en otros países de América del Sur, lo que tenemos que hacer para adaptarnos a ese contexto natural, a ese contexto ecológico, es reorganizar los procesos productivos y reorganizar las economías, por lo tanto habrá sectores que crecerán, otros que se mantendrán igual y habrá otros que tendrán que reducirse. Pero en nuestra visión, el centro del debate o la medida de análisis, deja de ser, como en Europa crecer o decrecer la economia, sino que la medida prioritaria para atender es si estamos dentro o fuera de los límites ecológicos de crecimiento.

 

 

¿Y estamos a tiempo?

 

Sí, estamos a tiempo, pero estamos en el umbral. Porque en los últimos años ha habido una avalancha de agravamiento de los principales problemas ecológicos, que ya son innegables, y que tal vez lo que más llame la atención de la opinión pública en nuestra región, en Uruguay y en el Litoral argentino, es la contaminación de las aguas especialmente por el uso agrícola intensivo. En el Uruguay todas las grandes cuencas del país están contaminadas, tanto la del Santa Lucía como la del río Uruguay, la del Río Negro… Si esto persiste, luego recuperar suelos, aguas, cursos, cañadas, ríos, va a ser muy difícil y muy caro. Ahora estamos a tiempo de tomar medidas. Pero además el país tiene experiencia en otros sectores de menor impacto ambiental, que están dentro de esos límites, que ha venido utilizando, que son una opción productiva y comercial muy importante, y que corren el riesgo de desaparecer por seguir intensificando los usos en el medio rural. Entonces estamos en un momento clave para el cual, a mi modo de ver, las instituciones públicas e incluso parte de la academia, todavía no están preparados. Porque no discuten estas cuestiones y se resisten a aceptar la gravedad que tiene esta temática.

 

 

¿Qué espera del mundo académico, qué posición tiene?

 

La academia está dividida, entre las posiciones mayoritarias que han alentado la intensificación del aprovechamiento de los recursos naturales, y las opiniones minoritarias que alertaban: cuidado que acá hay contaminación, cuidado que allí hay erosión de suelos, atención que se pierde fauna y flora nativa porque está desapareciendo el monte nativo, por ejemplo. Lo que sucede es que esas posiciones que antes eran minoritarias adquieren otra vigencia y otra fortaleza porque ya es innegable el deterioro ambiental que nos rodea. Creo que hay un debate en marcha, acerca de cómo se planta la academia frente a esto, y sobre todo cómo se plantan las instituciones públicas, como la universidad, para generar ciencia independiente que nos permita evaluar esta situación.

 

Usted asegura que cuando se establece el eje izquierda-derecha entre los gobiernos, no aparece tan claro cuando se habla de ambiente o extractivismo…

 

Mi análisis es que sin duda hay diferencias entre gobiernos conservadores y progresistas, incluso en el uso de los recursos naturales. Por ejemplo, en cuál es el papel del Estado. Los países progresistas –Bolivia, Venezuela, Ecuador, Uruguay– le dieron mucha importancia al papel de las empresas estatales en la explotación petrolera, desplazando la preeminencia de las empresas del sector privado, mientras que los gobiernos conservadores, como en Colombia, Perú o Chile le dan mucho más énfasis al mercado, al sector privado. Es decir que hay diferencias. Ahora, si damos un paso más y analizamos las coincidencias, es impactante la coincidencia en entender que la naturaleza va a proveer las soluciones para el crecimiento económico, en que esto va a ser a través de la extracción masiva de recursos para exportarlos como materias primas tal cual se venía haciendo desde la época de la Colonia. Entonces, el debate parecer ser cómo se instrumentaliza o cómo se organiza la apropiación de los recursos naturales, pero ninguna de estas corrientes, ni los gobiernos conservadores ni los progresistas, ponen en duda que se necesita crecimiento económico y que se logrará aprovechando la naturaleza. Esa experiencia y ese análisis que están en marcha en lo que ahora se llama “Estudios críticos del desarrollo”, demuestra que hay una base cultural que es pre políitica partidaria, es decir anterior a los partidos políticos convencionales, que coincide en cómo entender el crecimiento de la economía, el uso de la naturaleza y así sucesivamente. Eso parece ser lo más difícil de modificar.

 

No obstante este diagnóstico ¿ve usted un desplazamiento en la conciencia social, a partir de los movimientos ambientales, o en los programas de gobierno que se ofrecen a la ciudadanía?

 

En los programas de gobierno no hay ningún cambio. Por ahora no hay optimismo en ese terreno. Sí ocurre que hay cada vez más grupos locales en todos lados interesados de vuelta en temas ambientales. Entonces, de alguna manera se está recuperando un protagonismo en esta temática como ocurría en el Uruguay en su momento de mayor fuerza a finales de los 90 y comienzos de los 2000. Recordemos que hubo una caída muy importante por la polémica a raíz de la instalación de la planta de celulosa en Fray Bentos donde quedamos atrapados en una disputa con las organizaciones de la Argentina ¿no? Pero se superó ese impasse y está renaciendo en el interior, es increíble la cantidad de movimientos vecinales preocupados desde qué les ocurre por la aplicación de agroquímicos hasta qué pasa con la desaparición del monte nativo. Y en paralelo, hay un debate más conceptual, más organizado, sobre la calidad de las políticas ambientales del país, muy alimentados por determinados sueños de grandes proyectos como ahora la planta de celulosa sobre el Río Negro. De modo que es muy importante el debate ciudadano.

 

 

¿Qué impacto cree que tendrá la sanción que recibió Monsanto en los Estados Unidos?

 

Es difícil saberlo, la sanción a Monsanto ha sido apelada y el sistema de jurisprudencia de los Estados Unidos es muy especial. Pero hay en paralelo otros debates, uno en el mundo empresario que reconoce que esto tiene un costo económico que es enorme, y otro debate muy intenso, tanto en los Estados Unidos como en la Unión Europea respecto de cuál ha sido el papel de la ciencia en esta cuestión, porque hoy se reconoce que las corporaciones actúan dentro de la comunidad académica, de modo que hay allí una discusión también muy importante y muy fuerte.

 

 

QUIÉN ES 

 

Eduardo Gudynas es secretario ejecutivo del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Uruguay, actividad que combina con la docencia en numerosas universidades latinoamericanas, europeas y estadounidenses. Es autor de más de diez libros y numerosos artículos académicos y capítulos en libros, y en 2010 fue seleccionado para integrarse en el Panel Inter Gubernamental de Cambio Climático. Vinculado al trabajo de distintas redes y organizaciones ciudadanas, destaca como uno de los principales pensadores en cuestiones ecosociales. Es profesor del Global Justice & Environment, en Oslo.