La escasez de recursos y el impacto ambiental conducen hacia un nuevo paradigma económico: alargar la vida de los productos, reutilizar sus desechos o reciclarlos. Emprendedores, “empresas B” y gurúes en el mundo de la sustentabilidad.
Por Marcelo Larraquy
Hay una bombita de luz que está encendida hace más de un millón de horas. Se colgó por primera vez en 1901. Ahora está en una estación de bomberos en Livermore, en California, Estados Unidos. La empresa que la fabricó cerró hace tiempo. Pero la bombita funciona. La vida útil de un teléfono celular de alta gama, con un costo de 500 o 600 dólares, en cambio, tiene un promedio de dos años. A partir de ese lapso, la mitad va al mercado del usado o reparación, y la otra mitad se entrega como residuo por el simbólico valor de un dólar. Dura poco para que se vuelva a comprar.
Los dos casos sirven para marcar la diferencia entre la perdurabilidad de los productos de antaño, como una bombita de luz, y la obsolescencia tecnológica, que las empresas de celulares, o de otro rubro, programan con antelación.
De manera más profunda, también explica cómo un objeto que pierde su valor de 600 a 1 dólar en dos años, es parte de una “economía lineal”, en la que, entre la producción, el consumo y la llegada a residuo de un producto, no se le da ningún uso intermedio.
La “economía circular” llegó para romper el paradigma “lineal” que impera desde la Revolución Industrial, cuando el mundo no tenía problemas de abastecimiento y nadie hablaba de la extinción de recursos no renovables, la emisión de dióxido de carbono (CO2), calentamiento global o la necesidad de la producción sustentable.
Desde entonces, con el paso de los siglos, se mantuvo el concepto de que los recursos que consumimos son eternos y se pueden extraer sin consecuencias, y que los productos se usan y se tiran.
En esta dinámica supuestamente “inagotable” del consumo, que genera más emisiones de C02 que impactan sobre el medio ambiente, en los últimos 40 años la extracción de recursos se multiplicó por 2,5.
El impacto será mucho mayor en el futuro: la clase media global -que motoriza el consumo de productos y generación de residuos-, se multiplicará por 4 y alcanzará a 4.000 millones de personas en 2030. En la ecuación, mayores ingresos significa mayor generación de residuos. En resumen: crecimiento humano, impacto ambiental y consumo marchan hacia una colisión en la que el planeta no tendrá recursos para abastecer la demanda de energía, agua o alimentos.
Para 2030, la ONU estableció 17 “Objetivos de Desarrollo Sostenibles” (ODS) por los cuales las empresas -de una pyme hasta una multinacional- deberán ajustar su rumbo con modalidades de producción y consumo sustentables, es decir sin agotar recursos naturales o perjudicar el medio ambiente.
Esta transformación sólo puede ser garantizada con la economía circular que implica cambios obligados en el proceso productivo. Marcelo Iezzi, ingeniero civil y líder en Desarrollo Sostenible de Price Waterhouse & Co (PWC) explica algunos: “En la economía lineal, no se diseña qué hacer con el residuo. En la economía “circular” sí, porque puede ser insumo de otro proceso y remanufacturado. El desecho vuelve a la fábrica, se adicionan mejoras y se vuelve a vender. Puede recuperar hasta un 30% del valor. Y si se repara, hasta el 50%.
¿Cómo funciona este nuevo modelo de negocios de circularidad económica a nivel local?
Es algo incipiente. Es necesario una integración en red para aprovisionarse de bienes de la cadena de suministro. Las empresas que están más cerca del punto final de consumo pueden detectar las oportunidades para sus estrategias de circularidad. ¿Qué pasaría si una fábrica de autos vendiera la movilidad y le da al cliente el auto que fuera y luego recupera ese bien y lo pone otra vez en el circuito? Esta estrategia circular hace que el proveedor esté de manera constante al lado del consumidor durante la vida útil del producto. No se desprende del producto ni del cliente y minimiza la generación de residuo. Hay que crear una infraestructura física e institucional para recuperar bienes de uso que para el modelo lineal no tienen valor pero para la economía sí, porque busca mantener el valor de uso durante el mayor tiempo posible de cualquier bien o servicio, o partes de ellos. Para ello es necesario una logística inversa”, concluye Iezzi.
Algunas empresas transnacionales están migrando hacia la economía circular. Representa un buen negocio. De los US$ 90.000 millones que facturó BASF en 2015, US$ 16.000 millones se generaron por integrar sus procesos de la economía circular. En los próximos años, una empresa valdrá más si su producción es sustentable. No es sólo una estrategia de marketing ni de corrección política: lo exigirán -ya lo exigen- nuevos marcos regulatorios que obligan a la modificación de planes y acciones, y también de organización interna.
Ernesto van Peborgh, ex vicepresidente del Citicorp, ingeniero y MBA de la Universidad de Harvard, cree que “no tiene más sentido que las corporaciones vayan detrás del lucro para crecer infinitamente en un planeta que es limitado. El propósito antecede al lucro en beneficio del sistema como un todo. Esto genera estructuras de organización, con una lógica distribuida en red. En el modelo del siglo pasado, en el organigrama de una empresa había un nodo central emitiendo nodos dispersos que no tenían contacto entre sí, en un entorno de codicia corporativa, consumo excesivo y explotación irracional de recursos. Un nodo, para ascender, debía desplazar a otro. En la red, el propósito es colectivo, colaborativo y genera una empatía de co-creación”, dice Van Peborgh.
El “gurú” de la “economía circular” es el belga Gunter Pauli, autor de “La Economía azul”. Pauli es un emprendedor serial que le gusta presentarse como “el Che Guevara de la sustentabilidad”. En su exposición en las jornadas de Sustainable Brands de este mes en Buenos Aires, Pauli relató sus mil experiencias e ideas para montar negocios sostenibles, con generación de empleo y las curiosas transformaciones “circulares” que permiten que los pañales biodegradables usados se conviertan en tierra negra para sembrar árboles frutales, o construir casas a partir de las botellas de vidrio. Pauli también relató modelos de producción para producir “papel piedra”, sin utilizar agua ni cortar un árbol. “Si usted tiene millones de hectáreas de bosque para vender celulosa, yo estoy molestando. Pero es sólo competencia”, se rió, y lanzó su máxima ético-sustentable: “Vivimos en una sociedad de doble moral en la que si una empresa disminuye la contaminación del medioambiente, la premian. Robar menos es robar, contaminar menos es contaminar”. (Ver columna “Más innovación y ...”) Pauli, que fue recibido por el presidente Macri hace dos semanas, es un inspirador, casi una guía espiritual, para una comunidad de emprendedores locales que gustan clasificarse como “empresarios B”. ¿Qué es un “empresario B”? Son empresarios que buscan generar negocios desde un enfoque económico, social y, sobre todo, de preservación del medio ambiente. Aquí va un ejemplo: “Somos los únicos en el país que reciclamos Tergopol, que crecía en demanda pero nadie le daba un destino sustentable -dice Cecilia Cavallaro, de Sirplast, empresa B creada en 2013-, Cada mes reciclamos un volumen de 65 camiones con acoplado para convertirlo en materia prima plástica y devolverlo al mercado, sin impactar en el medioambiente. Antes se lo enterraba en el CEAMSE”, indica.