Por Sergio Elguezábal
En las últimas décadas se impuso el modelo exponencial de crecimiento. Crecieron el número de celulares y aviones, la tasa de población mundial y, por supuesto, el calentamiento global. La magnitud satura los recursos y lo finito muestra signos de extinción. Abandonamos decididamente un crecimiento lineal, con ciertos patrones de proyección, para entrar a la era de los volúmenes grandiosos e impredecibles.
En este preciso momento, mientras leés, las emisiones de gases que recalientan el planeta siguen creciendo. En un gráfico veríamos una curva roja empinada. A pesar de los compromisos y acciones que vienen desarrollando los países, estamos lejos de entrar en la meseta que nos permitiría ver el horizonte de un posible descenso y, por lo tanto, soñar con bajar la temperatura en la Tierra.
Juan Carlos Villalonga (Diputado Nacional por la alianza Cambiemos) señala que la actual tendencia “nos conduce a una suba de la temperatura global de, al menos, unos 4°C” y que “el escenario para las próximas décadas es catastrófico”. Según un artículo que publica en su portal bajo el título Nunca lo hubiera querido decir, “Si todos los países cumplen con los compromisos asumidos en París, la suba sería de unos 3°C (catástrofe aun). Por lo tanto, hay que hacer un esfuerzo enorme adicional para entrar en el objetivo de París de no superar los 2°C (impactos máximos admisibles). El esfuerzo sería mucho más importante para no superar la cifra de 1,5°C (impactos, llamémoslos tolerables). En este caso habría que bajar el equivalente a las emisiones que hoy producen Estados Unidos, Europa y China. Todo eso en menos de 15 años. La ventana de oportunidad para actuar y evitar peores consecuencias se nos está cerrando aceleradamente”. Es una declaración dramática de sucesos reales. Muestra evidencias científicas, corresponden al contexto en que vivimos y quien lo dice forma parte de una coalición –actualmente en el gobierno– que promueve políticas ambientales moderadas.
Los combustibles fósiles que seguimos utilizando en nuestros automóviles, en las fábricas y en la producción de electricidad, alimentan los patrones del recalentamiento. La quema de carburantes genera Dióxido de Carbono. Otros gases que producen un efecto relativamente potente son el Óxido Nitroso de los fertilizantes y el Metano, generado por el sistema digestivo del ganado y los residuos que se acumulan en los vertederos. El desmonte es un factor determinante. Según el último Informe del Estado del Ambiente en Argentina, entre 1998 y 2015 se perdieron 4.150.000 hectáreas por deforestación. Los bosques constituyen un agente natural capaz de filtrar los gases y devolver el oxígeno vital que nos sostiene. Las arboledas, en todo el mundo, han sido quitadas para producir alimentos, para construir ciudades y para montar carreteras. Los sistemas diseñados para proveernos de alimentos, los modelos de producción y consumo instaurados, las prácticas generalizadas del desperdicio y aun el tratamiento de eso que tiramos, conforman la escena que proyecta una vida insostenible de aquí a 30 años. Este cambio climático cuyas manifestaciones vemos más seguido es un problema humano, es nuestro problema. La situación que sufre la especie ha sido forjada por la propia especie.
En Argentina las principales fuentes de emisiones son el agro y la deforestación (44%), la energía (27%), el transporte (13%), la industria (12%) y los residuos (4%). La incidencia del país en el total global de emisiones es menor, pero no se trata de comparar volúmenes de una economía precaria con las más potentes del mundo. Los datos nos invitan a revisar las prácticas. Argentina –en su escala– refrenda y alienta modelos de producción y consumo que contribuyen al deterioro del equilibrio planetario. ¿Nos atreveremos a examinar nuestras providencias, la relación desdeñosa con el entorno y el andamiaje establecido? El desafío supone dar vuelta lo que en apariencia está firme para que surja lo nuevo. “Perturbar” nuestros estilos de vida antes que disturbar los ecosistemas en general.
Con motivo de la conmemoración del Día de la Tierra, el ex Secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, Carlos Merenson, publicó una carta que llama a una acción local más decidida a través de sinceros interrogantes:
¿Se está invirtiendo lo suficiente en investigación y desarrollo de energías renovables?
¿Se está informando y educando a la población sobre la necesidad de hacer cambios profundos en los hábitos de consumo?
¿Nos estamos preparando adecuadamente para la supervivencia en este nuevo e incierto escenario?
Una referencia inspiradora
La encíclica “Laudato Si” es un gran instrumento para la transformación. Propicia el desarrollo con justicia, la innovación con sentido y una mirada transversal de los sucesos. Una plataforma que nos impulsa a desarrollar conversaciones conciliatorias y obras reveladoras en un marco que las garantiza. Presentada por el Papa Francisco en 2015, la encíclica instala y empuja la agenda de lo esencial. Es un texto sencillo elaborado para la comprensión de todos, sin importar el credo o la religión que profesemos. Nos invita a practicar el ejercicio de revisar nuestros quehaceres y lo que acontece en las esferas donde actuamos, tratando de detectar aquellas acciones que pudieran afectar al ambiente y, por lo tanto, a las personas. Interpela especialmente a los sectores más acomodados en la escala social. También es un llamado a quienes pretendemos caracterizar las necesidades de cambio pero aún no hemos tenido la capacidad de transmitirlo con eficacia.
El recalentamiento y la aceleración de las catástrofes nos obligan a un cambio de planes que da miedo. Supone reconsiderar todo lo establecido, priorizar la equidad antes que los mercados, revisar “los equilibrios” que damos por sentados y recapacitar ante los contrasentidos: América Latina concentra el 40% de la biodiversidad del mundo y a la vez es la región más desigual del planeta. Ricos muy ricos y pobres muy pobres no es una ecuación deseable ni sostenible en los tiempos que corren. Los despilfarros y el derroche son un cachetazo a los millones de excluidos que tiene el sistema. Rediseñarlo todo es perturbador. Pero ¿qué queda, morirnos de miedo?
Sugiero la lectura de Laudato Si o los abundantes resúmenes que circulan en la Web. Para la acción concreta recomiendo especialmente las ideas y experiencias reunidas en un texto de reciente aparición llamado Eco integración de América Latina Es una publicación propiciada por el Instituto para la integración de América Latina y el Caribe, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID INTAL).