Ecológico
22/04/16
Clarín
Inundaciones: ¿cuánto nos preocupan?

La inundación en el Litoral, es un dato de la realidad con el que la gente convive. El río en su imaginario es una deidad caprichosa que les da y les quita, les brinda alimento y espacio en su albardón, pero los pone a prueba. Antes del cambio climático y la urbanización, volvía ya cíclicamente a pasar factura a quienes ocupaban su lecho de inundación. Estos “temerarios a la fuerza” viven dentro de un embudo natural, la cuenca del Plata, que drena un área mayor al país que habitan. Ríos que la componen como el Pilcomayo y el Iguazú surcan territorios muy distintos climáticamente y distantes entre sí, sumando lluvias y deshielos a sus caudales y al del Paraná. 

La eventual convergencia en tiempo y espacio de aguas multiplica el riesgo natural. Pero la naturaleza propone, el país que da la espalda al ambiente dispone. La soja demanda una deforestación sin precedentes, compactando e impermeabilizando suelos donde hubo monte nativo que ralentizaba escurrimiento. El compromiso de éstas “esponjas” originales más eficientes reguladores por su capacidad de absorber, y remover por evaporación mayor cantidad de agua del sistema que el monocultivo o los lagos artificiales de represas que las reemplazan, genera además atípicas sequías en la región. El exceso de agua es drenado por canales clandestinos -recurso frente a un Estado ausente de todo ordenamiento territorial de la expansión agrícola- hacia un río saturado, que se abre paso entre la desesperación de los pobres. Parte de su renta se invierte en desarrollos a expensas de tierra rezonificada con potencial de vivienda popular o regulador ambiental como los humedales. La desigualdad espacial impulsada, torna estructural el déficit habitacional. 

Desplazados por el mismo circuito que produce suelo para pocos se asientan inermes en bajos periurbanos, presa de la próxima tormenta. Hacer de la vivienda social una política de Estado es la vía para frenar la urbanización de áreas bajas, un pecado de planificación en los países desarrollados con nombre propio de difícil traducción y elocuente significado: “Watery graves” (tumbas de agua). En el Litoral, dichas áreas se ocupan porque su condición pública y su categoría que prohíbe loteos, asegura una mayor permanencia derivada de la extensa naturaleza de los conflictos con el Estado. Peor aún, es un mercado formal de suelo inundable, que cambia zonificaciones, en connivencia con autoridades locales. Argentina no tiene una naturaleza adversa. La repetición de inundaciones desnuda la falacia del argumento que “convenientemente” se esgrime de cambio climático o de diluvio universal. Lo extraordinario no puede predecirse ni gestionarse. Las obras en la cuenca a escala integrada son un paso necesario pero insuficiente, sin una mirada de nación totalizadora que restituya peso a las hoy expulsivas economías regionales. 

 

Por Héctor Zajac

Geógrafo (UBA)