Ecológico
28/08/16
La Capital
"Las ciudades son las mayores demandantes de recursos naturales"

Walter Pengue es especialista en políticas ambientales y territoriales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y miembro científico del Panel Internacional de los Recursos de Naciones Unidas. Esta semana participó en Rosario del encuentro regional sobre "Agricultura en Transición".

 

por Jorgelina Hiba

 

Es cada vez más evidente el papel de las ciudades en las tensiones ambientales, que son una marca de época. Estos "neoecosistemas" consumen la gran mayoría de la energía y de los recursos naturales del planeta y plantean un desafío mayor a la hora de buscar formas más eficientes de gestionar los sistemas ecológicos.

Así lo explicó Walter Pengue, especialista en políticas ambientales y territoriales de la UBA y miembro científico del Panel Internacional de los Recursos (Resource Panel) de Naciones Unidas que estuvo esta semana en Rosario para participar del encuentro regional sobre "Agricultura en transición", organizado por la fundación alemana Heinrich Boll.

En charla con La Capital, repasó la nueva agenda "verde" urbana, analizó los límites del modelo agroindustrial pampeano y criticó la falta de visión de la clase política respecto a los temas ambientales. "Cuando el agua nos tape, no le vamos a poder echar la culpa a nadie más que a nosotros mismos", avisó.

 

—¿Cuáles son los problemas ambientales más importantes en Argentina?

 

—Los problemas más importantes pasan por el cambio en el uso del suelo, que deviene en los procesos de deforestación, en la pérdida del bosque nativo y en la expansión de la frontera agropecuaria. Para el caso de las ciudades, los desafíos vienen por su expansión desordenada, tanto hacia adentro como hacia afuera, lo que genera fuertes impactos.

 

—¿Las ciudades son hoy escenario de estas tensiones?

 

—Las ciudades tienen problemas ambientales muy serios. Las ciudades son lo que llamamos neoecosistemas, o sea nuevos sistemas que se estabilizan —o no— y que enfrentan problemas como la generación de residuos, la contaminación, la mala implementación de las actividades industriales y el impacto de las áreas de agricultura en los bordes. No podemos dejar de estudiar a las ciudades cuando se llevan el 75% de la energía del planeta y el 80% de los recursos naturales. El impacto que tenemos en la agricultura y en los sistemas ambientales deviene de las actividades en las ciudades, esto a veces no se tiene en cuenta. Las ciudades demandan casi todos los recursos naturales, y comprender estos procesos que se producen hacia adentro en términos de recursos naturales puede ayudarnos a ser más eficientes.

 

—¿Qué registro tiene la clase política de los desafíos ambientales en Argentina?

 

—Lamentablemente, los niveles políticos del Estado fueron ignorantes en el tiempo pasado y ahora están muy presionados por intereses y por la obtención de recursos, y siguen siendo ignorantes o no quieren ver los problemas ambientales. Es un problema muy serio porque no estamos hablando de ambientalistas loquitos ni de gente que quiere volver a la época de las cavernas, estamos hablando de científicos y especialistas que dicen que el ambiente tiene límites. Cuando el agua nos tape e inunde las ciudades, cuando los impactos ambientales sean catastróficos, no le vamos a poder echar la culpa a nadie más que a nosotros mismos. Cuando se habla de sistemas resilientes de forma tan pobre, olvidamos que la resiliencia deviene de un sistema que recibe una fuerte presión y puede volver a su lugar. Nosotros en este momento de resilientes no tenemos nada.

 

—¿Cómo puede repercutir el cambio climático en Argentina?

 

—Hay problemas que derivan de prácticas de manejo de la agricultura actual que hay que analizar de forma ecosistémica. No se puede achacar todo a una situación, sino al conjunto de prácticas que se están utilizando. El cambio climático comienza a impactar y esto podrá mejorar algunas condiciones en algunas zonas y generar impactos en otras. Es interesante tener en cuenta que antes se hablaba de mitigación y adaptación, y ahora simplemente de adaptación. Como a veces decimos, en algunos lugares de Argentina los agricultores tendrán que preparase para ser pescadores en un plazo breve.

 

—¿Considera que existe una tensión creciente entre ambientalistas y poderes económicos?

 

?   —Lo que está sucediendo en Argentina y a escala global no es una discusión científica sino algo motivado por intereses económicos y políticos que cuestionan a quienes trabajan de forma crítica sobre las relaciones entre ambiente, agricultura y sociedad en los últimos 20 años. No hace falta ya dar la lista de los impactos de la agricultura industrial, a la luz está que hay problemas cada vez más grandes, por lo que sería más inteligente y útil para las sociedades que en lugar de cuestionar a los ambientalistas se aceptaran esos inconvenientes de la agricultura industrial para construir y resolver a futuro.

 

—¿Cuál es la parte que le toca al sector agrícola?

 

—Es muy pobre la mirada del sistema agrícola al respecto, es reduccionista, porque esta forma de producir ha impactado sobre las sociedades y sobre todo en los pequeños y medianos productores que son los que pagan el pato. El ejemplo más claro son las relaciones entre soja transgénica, siembra directa y glifosato, algo sobre lo cuál alertamos desde hace 20 años. La aparición de malezas resistentes no es un castigo de la naturaleza ni uno divino, es una clara consecuencia de la mala implementación de un modelo rural que impacta sobre el ambiente y los agricultores.

 

—¿Cuál es la parte que le toca al sector agrícola?

 

—En el ambiente se nota con la aparición de malezas cada vez más resistentes, lo cuál significa costos crecientes. Tenemos que comprender que los grandes establecimientos pueden seguir pagando agroinsumos a las grandes compañías, pero los más pequeños no. Es un círculo que funciona bien cuando hay buenos precios agrícolas, pero muy mal cuando estos precios caen. Para estos segmentos el pago de nuevos herbicidas es un costo creciente. Durante un tiempo ese costo se redujo por el pequeño paraíso que tuvimos con la aparición de la soja resistente y el glifosato, lo que duró menos de 10 años. Ahora volvemos a utilizar herbicidas de manera recurrente en un paquete más fuerte aún, con una carga de agroquímicos que impacta sobre el ambiente. Negar esa realidad es imposible, hoy a las malezas no las pueden esconder debajo de la alfombra, porque son la respuesta irresponsable a un modelo de producción que tenía este talón de Aquiles. Hay que hacerse cargo y no olvidarse de los responsables, que son las propias compañías y el Estado argentino que ha facilitado todo este proceso.