Las ciudades ocupan el 2% de la superficie terrestre pero producen el 75% de las emisiones de carbono.
“Las ciudades comprendemos que nuestro actual modo de vida, y particularmente nuestras pautas de división del trabajo y de las funciones, la ocupación del suelo, el transporte, la producción industrial, la agricultura, el consumo y las actividades de ocio y, por tanto, nuestro nivel de vida, nos hace especialmente responsables de muchos problemas ambientales a los que se enfrenta la humanidad. Estamos convencidas de que la vida humana en este planeta no se puede sostener sin unas comunidades locales sostenibles”. Carta Europea de Ciudades Sostenibles, o Carta de Aalborg, firmada en 1994.
Ya lo afirmó Maurice F. Strong, Secretario General de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de Río de Janeiro, en 1992: “la batalla global por la sostenibilidad se ganará o perderá en las ciudades”. Y hace un año, lo recordaba así el Informe Mundial de Ciudades 2016 (WCR2016) de Naciones Unidas: “el modelo de urbanización actual es insostenible. Y necesita cambiar para poder responder a los retos de nuestro tiempo, y atender asuntos como la desigualdad, el cambio climático, y el crecimiento urbano informal, inseguro e insostenible”.
Y es que efectivamente, las ciudades actuales no son sostenibles. Ocupando tan solo un 2% de la superficie terrestre acogen a más de la mitad de la población mundial (se estima que en 2030 serán dos tercios), consumen el 78% de la energía mundial y producen el 75% de las emisiones de carbono. De hecho, tan sólo en las 600 mayores urbes del mundo habita una quinta parte de la población del planeta y se genera el 60% del Producto Interior Bruto (PIB) global. En sus barrios marginales viven hasta unos 828 millones de personas.
En Europa, un 80% de la población es urbana. Y el 90% vive expuesta, según las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS), a unos niveles de contaminación del aire superiores a los que marca la legislación comunitaria y que provocan 400.000 muertes al año. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), de no tomar medidas dentro de dos décadas el ozono troposférico causará en zonas urbanas casi 30 muertes prematuras por cada millón de habitantes (hoy en día provoca nueve). La Comisión Europea calcula que, en términos de salud humana, la contaminación supone un gasto para la economía europea de entre 427.000 y 790.000 millones de euros anuales.
Las ciudades son, por tanto, las principales contribuyentes al cambio climático debido a la forma en que producen y consumen, generan energía o movilidad. En definitiva, a causa de un modelo de vida, que se gestó en Europa a partir de la revolución industrial, y es altamente dependiente de los combustibles fósiles. Pero los entornos urbanos son también muy vulnerables al cambio climático. Cientos de millones de personas se verán afectadas por el aumento del nivel del mar, las precipitaciones, inundaciones, o por periodos de mayor calor y frio extremo. De hecho, diversas ciudades costeras se encuentran actualmente bajo esta amenaza.
Si bien el desafío climático no afecta a todos por igual. Ni las responsabilidades por la generación del fenómeno son equiparables, ni las sociedades y grupos sociales son igualmente vulnerables. Las poblaciones más afectadas son indudablemente, las zonas urbanas pobres: habitantes de asentamientos precarios en países en vías de desarrollo cerca de las riberas de los ríos o en laderas, cerca de terrenos contaminados, en estructuras inestables vulnerables a los terremotos, o a lo largo de las zonas costeras. Miles de estas personas ya se ven obligadas a emigrar. Son los refugiados climáticos, que suman unos 140 millones de personas, un promedio de 23 millones de personas al año, entre 2008 y 2013. La FAO estima que la escasez hídrica es cada vez mayor en lugares como China, India, África y Oriente Medio. Y que hoy, 805 millones de personas pasan hambre.
De no cambiar el rumbo, se prevé que los desastres climáticos puedan provocar 152.000 muertes al año en Europa entre 2071 y 2100, en lugar de las 3.000 anuales que se han registrado en las últimas décadas. Y es que, el 30% de la población mundial ya está expuesto a olas de calor mortales. Y se calcula que el 74% -de Bogotá a Manila y de Sao Paulo a Málaga- lo estará en 2100 si se sigue emitiendo dióxido de carbono al ritmo actual.
Y los ciudadanos son conscientes de esta amenaza. El 82% de la población española opina que las ciudades del mundo no son sostenibles, según datos de Metroscopia. Y el calentamiento global ha pasado a ser el mayor problema actual, junto con la amenaza del ISIS, para la población mundial, según los datos del Centro de Investigaciones PEW de este mes de agosto. En España, así opina el 89% de la población encuestada. Una preocupación que ha aumentado en nuestro país un 25% desde 2013. Y en Estados Unidos, según Gallup ha aumentado del 32% al 45% la población preocupada por este asunto. Sobre las causas del cambio climático hay un claro consenso social: se produce fundamentalmente por la acción de los seres humanos. Así lo afirma el 68% de los norteamericanos. Y un 90% de los españoles que, según datos de Metroscopia, considera además que “la ciencia no será capaz de resolver los problemas del medioambiente sin que cambiemos nuestro modo de vida”.
Y es cierto. Naciones Unidas, en su nueva Agenda Urbana (WCR2016), así lo corrobora e insta a un cambio de paradigma en el que las ciudades se entiendan, más allá de “la construcción básica de hogares” desde un enfoque “más holístico que integre marcos regulatorios, planeamiento urbano y financiero, reconocimiento de los derechos humanos y la necesidad de poner a las personas en el centro del crecimiento sostenible”. Y plantea para ello, cinco principios irrenunciables para la ciudades: “asegurar un nuevo modelo que proteja los derechos humanos y el cumplimiento de la ley, garantizar un crecimiento inclusivo, empoderar a la sociedad civil, promover la sostenibilidad medioambiental y las innovaciones que faciliten el aprendizaje, y compartir el conocimiento”.
Tomar las medidas pertinentes para ello es ahora lo necesario. Desde el entendimiento de que la desestabilización del clima no es una inevitable catástrofe natural sino que también tiene inseparables aspectos políticos. Por eso, atendiendo a sus causas, en diversas ciudades las acciones comienzan a tender hacia un cambio del modelo energético, a la reducción de la extracción desenfrenada de recursos naturales, y al fortalecimiento de la resiliencia comunitaria y de los mecanismos democráticos. Y es que, las ciudades tienen un importante papel que jugar ante el cambio climático. Y deben comenzar a jugarlo ya.