Muniboletin
01/02/16
Magis ITESO
Con los otros

Por Adolfo Peña Iguarán

 

Hay que permitirnos (hay que confiar en) imaginar y reorganizar la división y la funcionalidad de los espacios urbanos, con la garantía de espacios que posibiliten la convivencia y la socialización. Como individuos tenemos que desempeñar un papel más crítico y activo respecto de cómo nos imaginamos en la ciudad.

 

La ciudad no es sólo el asfalto, el cemento, los ladrillos de los edificios, las ventanas: es la memoria, las historias cotidianas, las relaciones humanas que se crean en ella. Pareciera que vivir en comunidad en ciudades es lo que nos define; buscamos proximidad, seguridad, certidumbre y diversión. Sin embargo, perdemos la confianza en que la ciudad y la buena arquitectura fomenten estas relaciones; en nuestros vecinos, en los proyectos y en los que dirigen el destino de nuestras ciudades.

¿Qué hace que las mejores ciudades propicien, para quienes las habitan, certidumbre, seguridad e inclusión; en pocas palabras, confianza?

La interacción humana se da en la esfera de lo público. La ciudad puede fomentar esta esfera de lo público creando espacios en ella que provoquen una mejor interacción entre las personas, donde nos podamos encontrar y comunicar. La ciudad nace de la composición, la convergencia y la comunicación de encuentros.

Esto se logra con una apuesta convencida desde las esferas más altas de poder y gobierno; una apuesta por nuevos y mejores parques, plazas, calzadas generosas, banquetas seguras, terrazas, nuevos espacios y proyectos que hagan ciudad. Toda ciudad sana cuenta con lugares donde la gente se puede sentar, hacer una pausa en sus actividades diarias, conocerse, hacer “nada”. 

Por esto, los cotos o comunidades cerradas son anticiudad: promueven y buscan exactamente lo opuesto a la ciudad. Es la pérdida de la ciudad vivida. También la privatización de calles, con el nombre engañoso de “corredores culturales” (muy de moda recientemente), no hace más que ir coartando el acceso al espacio público. Como es el caso tan sonado estos últimos meses del proyecto Corredor Cultural Chapultepec en la avenida Revolución de la Ciudad de México, un mal acuerdo pactado entre la ciudad y algunas inmobiliarias para repartirse el espacio público, con la farsa de un desarrollo cultural. Hace unas semanas, en lo que fue un hecho sin precedentes, se votó para ver si se quería un proyecto de esas características. Prevalecieron el ánimo y el vigor de la gente para poder imaginar una mejor ciudad y la certeza de que estos proyectos deben construir ciudad. Sí es necesario un proyecto de renovación en esta avenida tan importante, pero no de esa manera.

Dice Jean-Luc Nancy en su libro La ciudad a lo lejos: “Una ciudad debe ser una artista del vivir juntos: con ese fin fue fundada, construida, organizada. No basta con vincular la ciudad con alguna necesidad de protección, gobierno e intercambio. Una buena ciudad construye espacios referenciales y de memoria”. El caso de la avenida Revolución en la Ciudad de México nos enseña que las cosas se pueden hacer de otra manera, que podemos confiar en nosotros mismos y tomar decisiones que determinen el rumbo de nuestras ciudades y cómo queremos vivirlas.

Hay que permitirnos (hay que confiar en) imaginar y reorganizar la división y la funcionalidad de los espacios urbanos, con la garantía de espacios que posibiliten la convivencia y la socialización.

Es mucho lo que las ciudades tienen que hacer para mejorar la calidad de vida de las personas, pero también nosotros, como individuos, tenemos que desempeñar un papel más crítico y activo respecto de cómo nos imaginamos en la ciudad.