Hace casi dos décadas a Anne Lacaton (Dordogne, Francia, 1955) y a su marido y socio, Jean Philippe Vassal (Casablanca, Marruecos, 1954), les encargaron reformar la plaza de Léon Aucoc de Burdeos como parte de un programa de “embellecimiento”. Corrían los años de la burbuja, el momento en que el Guggenheim era el monumento anhelado por muchos Ayuntamientos del mundo, y ellos fueron a la plaza, comprobaron que los árboles estaban bien puestos —en el perímetro, junto a los bancos— y que la gente jugaba a petanca. Hablaron con los vecinos y, finalmente, presentaron un informe asegurando que “el embellecimiento no era posible”, la plaza ya tenía encanto, calidad y vida. Como única intervención propusieron limpiarla más a menudo. El Ayuntamiento aceptó. Con los años, los proyectos de Lacaton & Vassal, siempre sorprendentes por su propuesta y rara vez por su forma, han ido labrando a la vez una alternativa y una crítica a la profesión de arquitecto.
Tras remodelar el Palais de Tokio parisiense —con una intervención que recuerda a las casas okupadas— y tras multiplicar por dos el antiguo astillero del puerto de Dunkerque para convertirlo en el Museo FRAC, algunas de sus últimas obras parecen un invento del profesor del TBO. En el 17ème arrondissement parisiense, restauraron la Tour Bois le Prétre, un inmueble levantado en los años sesenta, ampliando los pisos un 30%. Lo hicieron rodeando la torre con galerías que sustituyeron las capas de aislamiento que normalmente se colocan en las fachadas por espacios que, además de aislar, son útiles. Lo más sorprendente no es, sin embargo, que los vecinos multiplicaran sus pisos, lo increíble es que eso sucediera sin que tuvieran que abandonar sus viviendas y por el mismo precio de la rehabilitación. Lacaton & Vassal acumulan ya un puñado de trabajos de este tipo. Cuentan que el gran esfuerzo está más allá de los planos, en la negociación con políticos y promotores. El resultado revoluciona la rehabilitación. Lacaton pasó por Madrid para explicar esos proyectos que reparan inventando.
PREGUNTA. Arraiga la reparación por encima de la sustitución. ¿Todos los edificios se pueden reparar?
RESPUESTA. En Europa lo lógico es reparar. Los arquitectos no podemos comenzar de cero, porque hay mucho hecho. Se tiene que contar con ello con la atención suficiente para encontrar valores, que siempre los hay.
P. Ustedes los encuentran.
R. Lo que ya existe es un recurso que es irresponsable y soberbio despreciar. Como arquitectos creemos en la suma, en la integración, en las capas. Nunca demoler, siempre añadir.
P. ¿Reivindica un ejercicio de humildad por parte de los arquitectos?
R. No nos prepararon para valorar lo que llegó antes que nosotros. Nadie nos hacía pensar en qué se hacía con lo existente que no tenía valor artístico pero sí valor cívico, material y social.
P. ¿Cómo aprendieron a hacerlo?
R. La observación de lo que existe es la primera fase. No se trata de respetar acríticamente, sino de no dar por hecho que la demolición previa es un paso inevitable. El objetivo es arraigar las nuevas intervenciones.
P. Sus trabajos demuestran que esa visión “conservadora” es compatible con la arquitectura de vanguardia. Pero ¿qué sucede con el lujo, como el hotel de cinco estrellas que levantan en Dakar? ¿Es el lujo compatible con la conservación de lo que no tiene valor artístico?
R. Los hoteles de cinco estrellas deben entender que para funcionar deben integrarse y dialogar sin agredir a nadie.
P. ¿Cómo se puede hacer una arquitectura para ricos integradora y no arrogante?
R. Sumando los edificios a la ciudad, no vallándolos, ni encerrándolos. Eso mejora la ciudad y relaja la vida en el hotel de lujo.
P. ¿Deshacer los guetos urbanos es uno de los retos de la arquitectura del siglo XXI?
R. Sin duda. El fin de la arquitectura debería ser siempre mezclar a la gente, hacer a los ciudadanos más libres y, desde luego, no contribuir a la segregación.
P. ¿La modernidad ha sido demasiado arrogante?
R. No la modernidad, sino la repetición acrítica de lo moderno. Los ideales modernos eran ambiciosos, pero humildes. Exigían esfuerzo al arquitecto y al usuario, pero ofrecían mejoras para todos. El problema llegó cuando se mantuvo la forma (desnuda) y se eliminaron las aportaciones (los espacios abiertos). La codicia convirtió las viviendas en oportunidad de lucro para los constructores. Y eso empeoró las propias viviendas. Debemos recuperar esa ambición de mejora.
P. Ustedes y su defensa de una arquitectura lógica, alejada de lo superfluo, son hoy un modelo para los jóvenes arquitectos. ¿Se puede pervertir esta arquitectura reparadora quedándose solo en la superficie —la estética okupa— de la misma manera que se pervirtió el ideario moderno?
R. Nunca nos interesó hacer edificios innecesarios. Las modas son peligrosas. Lo hemos visto con la sostenibilidad. Por eso, antes de copiar es fundamental entender por qué se hacen las cosas. No se puede hablar de resultados sin explicar las intenciones que los causan.
P. ¿Al reparar un edificio, uno sacrifica su sello?
R. Para nosotros la apariencia no es un asunto en sí mismo. La arquitectura es el resultado de pensar. Si las ideas son buenas, la arquitectura será buena.
P. ¿Esa actitud de buscar lo positivo es parte de su personalidad?
R. Creo que sí. Jean Philippe y yo somos positivos. Todo nos interesa. La suma parte de lo que hay y busca añadir. Nunca produce frustración. Somos ambiciosos, pero también es importante que seamos generosos y amables.
P. Sus proyectos van más allá de las obras. Se implican en asuntos políticos, en activismo vecinal… ¿Qué importancia tiene entender que la arquitectura hoy va más allá de los planos?
R. Es fundamental. Salimos de la escuela sabiendo hacer proyectos, pero luego está la vida. Para construir un edificio no basta con saber diseñarlo. Hace falta solucionar otros asuntos que rodean la arquitectura. Si no los solucionas, da igual que diseñes bien o mal, que seas más o menos creativo.
P. Han conseguido lo impensable: ampliar viviendas sin aumentar las rentas de los inquilinos. ¿Cómo lo han hecho?
R. Negociando. Ofrecemos ampliación por el precio de la reparación. Proyectar así amplía el papel del arquitecto.
P. ¿Arquitectos como superhéroes?
R. No es que creamos tener una solución para cada cosa, pero sí necesitamos que nuestra arquitectura trate de reparar lo que no funciona. No es fácil. Romper las inercias cuesta. Pero se trata de dialogar en lugar de imponer.
P. ¿Le enseñaron en la Escuela de Arquitectura a conocer sus límites o a ampliarlos?
R. Se aprende cuando eres consciente de que los demás pueden saber, como mínimo, tanto como tú. Creo que es tan importante saber lo que sabes cómo conocer lo que no sabes. Y creo que es necesario reconocer que a veces no se sabe. Eso te hace fuerte. Fingir que sabes solo te debilita.
P. ¿Por qué hablan siempre del coste de sus proyectos?
R. No puede ser un tabú. Controlar el coste te obliga a decidir qué es lo más importante. Es fundamental que, tras esta época de arquitectura delirante, los arquitectos demostremos que sabemos hacer cosas interesantes sin mucho dinero. Y no hablo de delirio formal, hablo de doblar o triplicar presupuestos y creer que eso puede ser aceptable. Muchos de los edificios icónicos del mundo se han construido sin límite presupuestario. No es que eso me parezca injusto, es que no me parece serio ni profesional.