En la búsqueda de ciudades más resilientes, el espacio público desempeña un papel crucial ya que la forma en la que este se diseña condiciona la calidad de vida urbana. A medida que las ciudades se enfrentan a desafíos como el cambio climático y sus impactos, el rediseño urbano y la adopción de un enfoque bioclimático se vuelven indispensables. Junto con la incorporación de infraestructura verde, el diseño bioclimático se ha convertido en una estrategia fundamental para fortalecer la resiliencia urbana y, con ello, la sostenibilidad en las ciudades. Pero ¿cuál es la relación entre el diseño del espacio público y la resiliencia urbana? ¿Qué beneficios brinda la infraestructura verde urbana frente al calor? ¿Qué es el confort térmico y por qué es relevante en el diseño de espacios públicos?
El rol del diseño
La calidad de vida en las ciudades depende de cómo estas fueron diseñadas. Una suerte de ‘dime cómo es tu espacio público y te diré qué tan bien se vive en tu ciudad’. Y en tal sentido, los espacios públicos pueden actuar de manera muy diferente en función de cómo han sido pensados y construidos. Por ejemplo, cuando se enfocan en los usuarios, son accesibles, están pensados para promover la cohesión social y están provistos de vegetación, lo que ayuda a mitigar el cambio climático y adaptarse a sus impactos.
El espacio público es ese conjunto de espacios, entornos e intersticios que estructuran la ciudad. Cumple un rol no sólo ordenador del territorio, sino también de cohesión social, participación cívica, desarrollo económico, lo que redunda, además, en beneficios ambientales. Concebido de esta manera podemos aprovechar la potencia de este activo urbano clave. Por ejemplo, cuando el espacio público está bien provisto de vegetación, se generan efectos positivos como la regulación térmica, la filtración de agua, la mejora de la calidad del aire y la mejora de la biodiversidad urbana, entre otros. Por eso, resulta vital incorporar la mayor cantidad y calidad de vegetación, también conocida como infraestructura verde.
El arbolado urbano es, posiblemente, uno de los componentes más importantes de la infraestructura verde debido a su capacidad de incorporarse y adaptarse dentro del tejido urbano. Los árboles, tanto los que están ubicados en veredas como aquellos que están en parques urbanos, desempeñan un papel crucial en la creación de entornos saludables.
Infraestructura verde y confort térmico
Para bajar las altas temperaturas ambiente, especialmente en verano, no hay como el arbolado urbano. Cumple un papel crucial en la reducción del efecto de isla de calor urbano y en la adaptación al calor extremo. Los árboles, especialmente cuando son de gran porte y brindan mucha sombra, actúan como ‘aires acondicionados naturales’ ya que interceptan la radiación solar y producen vapor de agua, lo que baja la temperatura del aire. En suma, mejoran el confort térmico, que es esa sensación subjetiva de bienestar térmico en un determinado entorno. El diseño de espacios públicos que promuevan el confort térmico es esencial –hoy más que nunca– para garantizar una experiencia no sólo agradable sino segura, especialmente frente a las cada vez más frecuentes olas de calor.
Crear entornos térmicamente seguros significa considerar factores como la temperatura del aire, la humedad, la velocidad del viento y la radiación solar y el sombreado de espacios. Esto puede lograrse mediante la incorporación estratégica de elementos como mediasombras, fuentes de agua, vegetación estratégicamente ubicada y materiales de construcción adecuados. Por esta razón es fundamental que los profesionales involucrados en la planificación urbana y diseño de espacios públicos incorporen como una variable más de diseño y gestión al confort térmico.
¿Por qué es indispensable incorporar esta mirada? Es que el calor importa y mucho. Tanto las islas urbanas de calor, producto de la modificación del territorio, como las olas de calor generadas por el cambio climático –ambas explicadas en esta nota– hacen que nos enfrentemos a una realidad climática nueva. Y todo el calor adicional que experimentamos no es inocuo. Por el contrario, sus perjuicios se desperdigan hacia distintos tipos de actividades y dinámicas que hacen a la lógica de una ciudad: afecta la salud de las personas, la economía local, el funcionamiento de la infraestructura urbana e incluso aumenta la prevalencia de enfermedades como Dengue, Zika y Chikungunya. Es como la contaminación del aire, no la vemos, pero está ahí y nos afecta de forma muy negativa.
Una ciudad que está pensando el espacio público desde una óptica de diseño bioclimático en la planificación urbana es París. La capital francesa este año decidió modificar su código urbano para cambiar el diseño del espacio público, la materialidad constructiva y la eficiencia térmica de edificios en pos de atenuar el calor urbano. Para eso, promueve la incorporación de especies de árboles que no sólo provean sombra, sino que tengan un menor consumo de agua, atendiendo a las crisis hídricas en el futuro cercano. Dos medidas concretas que busca el nuevo plan local urbano son agregar 300 hectáreas de espacio verde y hacer más permeable el 40% del espacio público, reemplazando hormigón por césped u otra cobertura más absorbente. En el siglo XXI, París renueva el título de ‘ciudad de las luces’ y vuelve a iluminar el camino a seguir, sólo que esta vez en materia climática. Otras ciudades deberían copiar sus pasos. La salud de las ciudades y de sus habitantes depende de ello.
Por: Alejandro Saenz Reale; Andrés Plager; Iliana Pisarro