Muniboletin
26/06/14
Clarín
Lograr que las ciudades sean funcionales al desarrollo

Vaivenes macroeconómicos, inexistencia de mercado de capitales y ceguera política han generado una inercia de degradación urbana.

 

Por Fabio Quetglas

 

Muchas veces se soslaya de nuestros vaivenes macroeconómicos la sub-inversión urbana, por las dificultades que tienen Municipios y Provincias para acceder a fondos de largo plazo, imprescindibles para obras que por su propia naturaleza deben concebirse, ejecutarse y repagarse en plazos dilatados.

Solo la inexistencia de un mercado de capitales razonable, explica una enorme cantidad de fenómenos de sub-inversión urbana. Los ejemplos llegan al extremo de lo ridículo.

Así, en muchas ciudades con acceso al gas natural solo se atienden con ese fluido al 40 o 50% de los hogares, cuando sabemos que las conexiones son fácilmente financiables con la diferencia de costos entre el gas de red y el gas envasado. Situaciones idénticas explican la falta de suelo industrial en muchísimas localidades, la ausencia de políticas de loteo y generación de suelo urbano y tantas otras cuestiones que sumadas generan un proceso creciente de degradación urbana.

Todo eso ocurre en un contexto en el que la enorme mayoría de los Municipios no tiene deudas de relevancia, y en el que ciertas inversiones podrían cambiar el panorama socio-económico de una manera determinante. Además, la inexistencia de crédito estimula un comportamiento peculiar por parte de las autoridades locales: en una enorme cantidad de casos, someterse a niveles jurisdiccionales superiores para obtener una obra y en muchos otros destinar el excedente de recursos que puedan ocasionalmente tener a impulsar el gasto corriente, atento la imposibilidad de enfrentar obras de calado.

Así, cuando la economía marcha mal hay pocas o nulas inversiones y cuando marcha bien no hay estímulo alguno a las inversiones realmente necesarias.

Las consecuencias no son sólo estéticas ni de calidad de vida, lo que ya justificaría hacer algo, sino económicas y demográficas. Es impensable siquiera esbozar una buena gestión de nuestros activos territoriales si las “ciudades”, que no son sólo habitat, sino la principal infraestructura de cualquier actividad compleja, son disfuncionales al desarrollo.

El país tiene una enorme oportunidad de reconfigurarse demográficamente de la mano de las actividades emergentes de alta rentabilidad. Para hacerlo debe transformar ese potencial en activo. Una parte de ese activo debe financiar ciudades aptas para el ejercicio de la ciudadanía. El default de las ciudades lo pagan a corto plazo los ciudadanos con sus padecimientos y a largo plazo el país con sus limitaciones auto-generadas.