La arquitecta Marta Llorente acaba de escribir un libro extraordinario que recupera la mirada humanística a este objeto difuso y enigmático al que solemos llamar ciudad. Con una perspectiva histórica y literaria, La ciudad: huellas en el espacio habitado (Acantilado) rescata el fenómeno urbano de las aproximaciones exclusivamente formales para defender que la ciudad es a la vez construcción, experiencia vital y representación.
En el libro, esta profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona hace gala de su pasión por la historia y el lenguaje, en un discurso que desorienta a algunos arquitectos que se sienten cuestionados por su relativa pérdida de poder, los efectos de la crisis y esta mirada poliédrica que defiende que la ciudad es siempre el resultado de la historia y de un esfuerzo colectivo, en el que el arquitecto es solo una pieza más. Llorente reivindica que pensar la ciudad es también una forma de construirla, porque solo si se incorpora el conocimiento de la historia, los imaginarios culturales y la experiencia de sus habitantes se pueden proyectar buenas ciudades. Un mensaje de humildad para los arquitectos que, en las últimas décadas, sucumbieron a excesos de todo orden y olvidaron el entorno para el que proyectaban. El riesgo ahora es caer en el otro extremo y negar a la arquitectura y el urbanismo su papel fundamental de mediación y su potencial como instrumento democratizador de la ciudad. La forma de la ciudad es esencial para la democracia.
Pero ¿qué es la ciudad? ¿dónde empieza y dónde acaba? En otro libro imprescindible, "Cities in the 21st Century" (Blackwell), Oriol Nel·lo defiende que, más que una forma, la ciudad es un proceso. El crecimiento urbano y la globalización han expandido los límites de la condición urbana hasta el punto de difuminar el concepto tradicional de ciudad. Hoy, más del 50% de los habitantes del planeta viven en unas áreas urbanas que representan el 2% del territorio y el 75% de la riqueza mundial. Esta urbanización ha sido progresiva pero se ha desarrollado muy especialmente a partir de la mitad del siglo XX: en solo cien años, se ha pasado del 30% de población urbana al 66% previsto para el 2050. Sus raíces se remontan al siglo XVIII, cuando el cambio demográfico, el progreso tecnológico y la industrialización otorgaron un mayor poder a las ciudades. Hoy, el crecimiento urbano es exponencial en el llamado Sur Global (Asia y África), pero la disolución de los límites de la ciudad también tiene lugar en Europa, donde el 73% de la población ya vive en áreas urbanas.
Este proceso ha tenido consecuencias profundas en la forma de la ciudad. Si a mediados del siglo XX, las ciudades eran islas en un mar de ruralidad (Nel·lo cita a Gambi), desde finales de la Segunda Guerra Mundial la imagen es la de largas extensiones urbanas esparcidas por el territorio en el que es cada vez más difícil distinguir qué es urbano de lo que no lo es. En la ciudad convergen hoy industria, servicios y flujos de comunicación, energía y alimentación globales en un espacio de movilidades múltiples y formas diversas que llevan a definir la ciudad como un proceso de procesos. Este nuevo fenómeno reclama nuevas formas de gobernabilidad, a diferentes escalas, y lideradas por un sector público que cuente con la complicidad del sector económico y tecnológico, porque la ciudad siempre ha sido el espacio privilegiado de la política, el intercambio y la innovación.
¿Cómo construir el sentido en esta nueva ciudad, ilimitada y amorfa? Históricamente, la ciudad ha sido un espacio ambivalente, que puede convertirse en el peor de los infiernos o la mejor forma de libertad. Precisamente por su mirada histórica, Marta Llorente reivindica la singularidad de cada ciudad, en la que, de manera asombrosa, un único nombre propio integra una inmensa diversidad y en la que se es capaz de generar vínculo preservando la autonomía individual.
Llorente defiende que, a pesar de fenómenos uniformizadores como el turismo, en la ciudad siempre hay un lugar donde esconderse y sorprenderse. Para ello son necesarios arquitectos que sean como músicos, capaces de escuchar el pulso de la vida urbana y convertirlo en armonía. Y, a pesar de ello, nadie podrá descifrar la magia de conseguir que un espacio urbano funcione ni el gran misterio de la ciudad, que es su habilidad de hacer que tanta gente diferente viva junta y en paz.
Judit Carrera es politóloga.