Muniboletin
03/10/22
La Nación
¿Puede la cultura del derroche crear riqueza y bienestar?

Hay preguntas incómodas. Casi imprudentes. Pueden algunas dejarnos desnudos y que se vea a simple vista nuestra ignorancia e irresponsabilidad como ciudadanos. Somos sabios con títulos universitarios, y en el paradigma productivista del siglo XX claramente nos hemos sentido superiores por tener titulación que daba jerarquía social o por tener dinero que simboliza el éxito y prestigio económico. Bien, formulemos algunas preguntas sobre cosas muy simples de nuestras vidas y veamos cuan inteligentes y mejores resultamos ser.

 

¿Sabíamos que en nuestro país se producen anualmente unas 56.147 toneladas en envases de aluminio conforme datos de 2020 de la Cámara Argentina del Aluminio y Metales Afines? ¿Sabés que 70 latas vacías son aproximadamente 1 kg de aluminio y que esa cantidad en el mercado se paga entre $900 y $1000? Hablamos de esas latas que al terminar de tomar la bebida tal vez se tiran en la calle o en un cesto de basura mezclado con cualquier cosa. Basta tomar la calculadora para sorprendernos con la cantidad de dinero que tiramos en cestos de residuos cuando consumimos y desacartamos esas latas.

 

¿Cuántos objetos tiramos o dejamos que se pierdan por no evaluar o desconocer –como el caso de las latas- que gran parte de ellos pueden ser reutilizados, reparados, acondicionados o reciclados y evitar que se pierda valor y se agreda el medio ambiente? ¿Cuánta ropa que está en buenas condiciones guardamos en los cajones sin utilizar o que podían recuperarse ante un deterioro menor y ser donadas? ¿Cuánto valor en indumentaria duerme en los placares sin recordar que las tenemos; cuanta ropa va a llenar basurales en lugar de reciclarse esos tejidos en nuevas prendas? ¿Somos conscientes que el plástico que tiramos mezclado en una bolsa de basura seguramente terminará contaminando tierra y agua que luego se utilizará para producir alimentos que volverán a entrar a nuestro cuerpo? ¿Sabemos que tan solo limpiando esos plásticos –paquete de galletitas- y llenando una botella de plástico (botella de amor o eco-botella) se llevan a fabricas como insumo para producir madera plástica (juegos de plaza, decks, mesas, sillas, etc.)?

 

En nuestros hogares ¿cuántos alimentos se vencen porque no nos acordamos que allí estaban guardados, o por no verlos en el fondo de la heladera?

 

¿Sabías que el promedio mundial –y aquí no es distinto- muestra que un tercio de los alimentos producidos no llegan jamás a ser consumidos? Y, ¿qué ese tercio perdido por diversas razones –todas evitables- sería más que suficiente para desterrar el hambre en cada rincón del planeta? Así, lo ha corroborado en reiterados informes la FAO; Olivier De Schutter cuando fue Relator Especial sobre Derecho de Alimentación (ONU); y Tristam Stuart en su libro “Despilfarro: el escandalo global de la comida”.

 

              De un día para el otro, el agua que se dejó en termos en lugar de calentarla en pavas eléctricas se la tira en las bachas de baños como si ya no fuese apta para consumirla. Otra práctica inadmisible es baldear las veredas de edificios y casas “con agua potable”

 

¿Entendemos el valor del agua como recurso no renovable, y que sin ella no hay vida? El agua en el planeta se integra con 97 % salada (mares, océanos); el 2% en los casquetes polares en forma de hielo; agua subterránea –acuíferos- % 0,5 y el agua dulce de superficie el % 0,02. La cultura económica nos lleva a preocuparnos por la disponibilidad de dinero en nuestros bolsillos; pero es nula la cultura ambiental respecto a la centralidad de los recursos no renovables y como nos comportamos frente a ellos.

 

¿Cuándo nos lavamos los dientes mantenemos la canilla abierta dejando que el agua se pierda sin utilizarla?

 

Existe una práctica escandalosa que es observable en los lugares de trabajo y supongo que también en hogares. De un día para el otro, el agua que se dejó en termos en lugar de calentarla en pavas eléctricas se la tira en las bachas de baños como si ya no fuese apta para consumirla. Otra práctica inadmisible es baldear las veredas de edificios y casas “con agua potable”.

 

En pleno siglo XXI, las obras de infraestructuras de ciudades y construcción de inmuebles no contemplan aún la captación de agua de lluvia para utilizarla cuando hay faltante.

 

¿Entendemos que, a lo largo de la historia humana, y más mirando al futuro, tener o no tener agua será la divisoria entre la vida o la muerte, con riesgos agravados y potenciados como consecuencia del cambio climático?

 

En Siria existe una feroz guerra civil que se prolongó ya por más de 10 años. Son innumerables los informes científicos que vinculan el inicio del conflicto con los más de cuatro años de sequía (2006-2010); la mayor en un siglo. Para el año 2009 en la región agrícola del noroeste había muerto el 85 % del ganado y con ello 800 mil personas habían perdido todo modo de subsistencia. A partir de esa situación, 1,5 millón de personas se desplazaron a Damasco, Hama, Homs, Aleppo y Daraa. Es precisamente en esa zona donde se produjeron los primeros hechos de rebelión que llevaron al inicio del conflicto en 2011, bajo la feroz dictadura de Bashar al Asad.

 

En la Argentina, la zona agrícola que abarca parte de la provincia de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe está transitando el tercer año consecutivo del fenómeno La Niña, con una fuerte merma en la cantidad de lluvias. Lo mismo ocurrió en Corrientes hace algunos meses donde la sequía extrema provoco incendios forestales en todo su territorio.

 

En Europa el Observatorio Europeo de la Sequía (EDO) informó en agosto que el 47 % del continente se encuentra afectado por las sequias y el 17 % se considera en nivel de “alto riesgo”. La población afectada por las sequías al finalizar julio llegaba a 340 millones de habitantes en el continente, conforme estimaciones del Observatorio Global de la Sequía (GDO). En el caso de algunos países la situación es dramática. En Italia más del 55 % de su territorio –todo el norte- está en riesgo alto de sequía. En Francia la totalidad de su superficie está afectada bajo categoría alta y media de sequía. En Alemania ya se está evaluando por la pérdida de caudal del rio Rin que tal vez en no mucho tiempo si persiste la sequía todo el flujo de transporte por esa vía debería pasar a carreteras y ferrocarriles. El Centro de Investigación Ambiental de Alemania describe que casi la totalidad del país muestra niveles graves y extraordinarios de sequía.

 

En los países más ricos bajo la sociedad industrial, la escasez de alimentos ha escrito páginas en los siglos pasados. La falta de tierra o el clima extremo, como el caso de Japón, y países nórdicos los lleva aun hoy a conservar una cultura de aprovechamiento de cada centímetro para cultivar. Es allí donde se difunde hoy una profesión y conocimiento que se vislumbra con mucho futuro: la “agricultura de cercanía” para aplicarse en las ciudades. En Japón existen Supermercados y edificios donde en las terrazas se generan espacios verdes para cultivos de vegetales. También se desarrollan huertos urbanos en plenas ciudades. Los hay en New York, en Madrid, entre muchas más.

 

¿Qué sucede en casa? En el conurbano pauperizado y con familias que no comen, veremos más antenas satelitales que plantaciones de tomates o calabazas. ¿Cuánto cuesta educar y distribuir semillas? La cultura del auto sustento que los inmigrantes cargaron en sus mochilas al llegar a nuestro país ha sido borrada de los manuales sociales.

 

Dejamos para el final, un icono argentino: el derroche energético. La política pública y la vida doméstica están desde hace mucho tiempo hermanadas retroalimentando la fantasía de un falso “pague dios”. Sin energía una sociedad volvería sin escala a vivir en el siglo XIX, en el mejor de los casos. En el peor escenario llegaría a un colapso terminal. ¿Cómo vivir en una gran urbe sin energía? No existiría forma de sobrevivir. ¿Pero, nuestra conducta público-privada se da por notificada de esa transcendencia? ¿En los lugares de trabajo –sector público especialmente- se apagan las luces al irnos del lugar; el aire acondicionado o calefacción se usan con responsabilidad? El recurso es uno solo, no hay un recurso para el aire acondicionado en casa (lo apago) y otro fluido energético distinto para el aire acondicionado de la oficina pública (no lo apago).

 

El más escaso y oneroso de los recursos -la energía- es asumido como tal en los países desarrollados y ricos que no cuentan con él. La crisis desatada en Europa a partir de la invasión de Rusia a Ucrania obliga hoy a loa países dependientes del gas a racionar en extremo su uso además de sufrir las fuertes alzas del precio.

 

La escasez no determina solo un precio de mercado sino una valoración en la cultura de una sociedad. Donde la ciencia dice que hay abundancia -gas en Vaca Muerta- la sociedad bajo el populismo y el subdesarrollo asume que el recurso es infinito, disponible por osmosis, y por ello, injusto restringirse en el consumo o pagar un precio elevado. Una cultura que esfuma toda posibilidad de progreso. Tampoco hay una disposición cultural a favor de la inversión, tanto por personas que podrían hacerlo como de parte de empresas a favor de la instalación de paneles solares que son de fácil de acceso y mucho menor costo de lo que el común piensa. Una revolución tecnológica conveniente para las urbes que pone la más limpia de las energías al alcance de todos en forma gratuita e ilimitada. El ecosistema ofrece un paraíso al que cerramos los ojos.

 

Todas estas acciones domésticas, cotidianas que hemos mencionado revelan nuestra irresponsabilidad individual y colectiva en el uso de recursos escasos y no renovables. Depredamos con nuestras prácticas de consumo al mismo tiempo que mostramos fastidio o indignación cuando esos recursos faltan. Una patología que deja al descubierto fuertes contradicciones culturales entre la aspiración de progreso, bienestar; y las acciones como consumidores que las hacen inviables. Como podemos ver, al igual que en otros temas, aquí también el problema somos nosotros.

 

Por Sergio Palacios. Mg. en Economía Circular, Universidad de Burgos, profesor de Economía Política, Facultad de Derecho-UNLP