"Estoy hasta las narices de la tecnología", dice el catalán, que propone mejorar las ciudades desde la cultura en la periferia.
"Ese que baja a abrir la puerta en el edificio de Recoleta, con anteojos de marco morado y vestido con algo muy parecido a un pijama con sobretodo, es Toni Puig, una leyenda del nuevo urbanismo y la reinvención de ciudades. Ácido, irreverente y provocador, este catalán que desde fines de los 70 ha dirigido la transformación de Barcelona de un lugar gris, de tercera categoría, hasta una megalópolis famosa por su diseño de vanguardia y su innovación, pasó por Buenos Aires, una ciudad que ama, pero a la que sigue describiendo como un "huevo frito" con la yema intensa y con una clara (los barrios, los alrededores) desatendidos en la gestión cultural.
Aun con su visión crítica ("Buenos Aires es una ciudad de ideas aplazadas", "hay que dejar de poner tanto énfasis en los megaeventos"), Puig adora venir de visita, perderse por las calles porteñas y meterse en museos pequeños, de esos que casi ni figuran en las guías de turismo. "Y por supuesto, tomar café en sus bares con vidrieras maravillosas que ustedes tienen; hombre, eso es arte puro, es ópera", se entusiasma en un tramo de la charla con LA NACION.
Mucho antes de que se pusiera de moda el concepto de smart city (ciudad inteligente), de la explosión de la "internet de las cosas" que se supone ya está revolucionando el urbanismo, y de la promesa de los vehículos sin conductor, Puig se volvía sinónimo de "marca ciudad" y de gestión cultural urbana. Hoy, está al tanto de las novedades tecnológicas, pero piensa que la agenda de smart cities está sobrevalorada: "Estoy hasta las narices de la tecnología. Escribo con pluma y no tengo teléfono móvil, defiendo las nuevas tecnologías, pero que no me coman el coco. Si el mundo que viene va a ser un gran ordenador, yo me bajo. Antes del ordenador viene la piel, y antes, la piel común".
A fines de los años 70, en pleno final del franquismo, él fundó Ajo Blanco, una revista "contestataria y maleducada", junto con sus amigos Pepe Rivas y Fernando Mir que llamó la atención del primer intendente de Barcelona, Pascual Maragal, quien lo convocó para que aportara su creatividad al renacimiento de la ciudad de Antonio Gaudí y Joan Manuel Serrat. "Fue mi gran escuela, un máster de 32 años en el Ayuntamiento, donde pude ver cómo se monta una ciudad desde adentro", cuenta.
En 1979, Barcelona era una ciudad en efervescencia por el fin del franquismo, pero la infraestructura urbanística no acompañaba ese momento. Puig y sus equipos se propusieron abrir la ciudad al mar y reparar los servicios dañados. Luego surgió la posibilidad de organizar los Juegos Olímpicos de 1992, que terminó coronando el proyecto. "Siempre digo que la gestión es hacer cosas extraordinarias con gente ordinaria", reflexiona en el living del departamento de la calle Arenales donde se aloja, lleno de valijas abiertas por el piso.
Puig es uno de los referentes del macrismo en esta agenda (de hecho, llegó por invitación del Ministerio de Cultura, y dio una charla abierta al público con el viceministro Enrique Avogadro), pero no tiene empacho en criticar a la nueva administración. "Hubo un cambio bienvenido, porque la situación de corrupción que había era ya insoportable, y ese entorno es veneno para la gestión cultural. La creatividad está ligada, antes que nada, a lo común, y esto significa que los creativos buscamos soluciones innovadoras para disolver problemas comunes que nos afectan en la vida cotidiana y para transformar el futuro. Pero no pienso que Macri sea el salvador, ningún político lo es. Los partidos políticos están irremediablemente condenados a desaparecer, si siguen siendo tan burros como hoy."
-¿Y cuál será el reemplazo?
-Los movimientos sociales, que aportan una nueva y muy interesante visión sobre la sociedad en temas puntuales. Luego, las redes de asociaciones civiles, y luego las pequeñas y medianas empresas. La próxima revolución urbana vendrá de estos tres pilares, que deben trabajar en conjunción con el gobierno, pero en pie de igualdad. Basta de gobiernos que roban, gritan y mandonean. Y, sobre todo, esta revolución será mucho más exitosa si el liderazgo es femenino. Las ciudades son femeninas: continuamente renacen, son madres que paren todo el tiempo. Basta de políticos engreídos, machos alfas, que usan a las ciudades como trampolín para proyectarse a puestos nacionales. Necesitamos más mujeres intendentas, que se enamoren de sus ciudades y quieran estar ahí 10 o 12 años sin aspirar a irse a otro lugar.
Basta de megaeventos
El boom de la "clase creativa" en las ciudades, y su ascenso al protagonismo absoluto en la gestión cultural, tuvo mucho que ver, sostiene Puig, con la difusión que le dio en su momento el estadounidense Richard Florida. "Él promovió que debía estimularse una ?clase creativa', con empleos de alto valor agregado en sectores como la informática y el diseño, y que esta gente con alto interés en el civismo potenciaría aspectos culturales. Esta visión estuvo muy bien hasta la crisis de 2008, y ya no se pudo sostener. Hoy sabemos que el problema de las ciudades no es el centro, sino su periferia. Hoy, la creatividad no está ligada a la promoción de empleos de alta calidad en el centro de una ciudad, sino que está ligada estrictamente a su periferia", opina el creativo catalán.
Esto vale, por supuesto, para Buenos Aires, a la que, en su visión de huevo frito con una yema potente, pero con una clara babée y poco integrada, dice: "Hoy, la clara es lo importante, necesitamos a la clase creativa en los barrios, necesitamos jóvenes que piensen el mundo de otra manera. Y para todo esto lo crucial es la cultura, que viene antes que la maldita economía. Buscamos alternativa al modelo actual, que por lo que vimos en los últimos 30 años, tiene serias deficiencias", explica.
Esta crítica a la bandera de Florida por ser una visión naíf es compartida por varios expertos argentinos en ciudades. Fabio Quetglas, investigador asociado del Cippec, quien fue alumno de Puig y cree que la desigualdad es tan alta que "marca una agenda urbana que no es asimilable a ninguna otra del planeta. Nuestro continente, el más desigual y violento del mundo, enfrenta un tsunami urbano con capacidades estatales menguadas y sin una una sociedad civil lo suficientemente alerta del peligro de construir ciudades crecientemente duales".
En España y en Europa, en general, se agrega el desafío de integrar a los refugiados. En Barcelona en 2005 había un 5% de inmigrantes, hoy esa fracción llega al 50%. "Los que desprecian la integración son bárbaros, la verdadera integración en Barcelona será cuando dentro de unos años tengamos una alcalde mujer de origen árabe", dice Puig.
Y para esto, continúa, sirven cada vez menos los "megaeventos" a los que son tan afectos los funcionarios, en alianza con los empresarios que traen las propuestas. "¡Basta de megaventos! Están bien como divertimiento, pero no tienen nada que ver con la agenda de inclusión", asegura.
El creativo no pierde una pisca de la irreverencia que tenía cuando escribía en Ajo Blanco, la revista que se adelantó décadas a las discusiones sobre género y ecología, por caso, frente a las narices del franquismo. Puig dice que es un "muy mal periodista; yo soy un movilizador, en todo caso, pero no sé escribir". Todos su textos pueden leerse en tonipuig.com. Una primicia en este aspecto: vuelve Ajo Blanco, a partir de abril de 2017. Hace dos semanas Puig se juntó con los otros dos socios fundadores, y acompaña el proyecto. "Esta vez va en serio, parece, ¡hasta tenemos un local para la redacción!", anticipa.
Aunque en algún momento elogió a Berlín y afirmó que la próxima gran ciudad que se viene es Hong Kong, hoy Puig dice que ya no tiene centros urbanos de referencia. "Sí tengo un monasterio de referencia, donde nos vamos a encerrar con amigos para promover la cultura innovadora."
-¿Está hablando en serio?
-¡Pues claro! Se llama monasterio de San Lorenzo, en Cataluña, y es del año 910, pero se ha refaccionado. Quedó hermoso. Espero basarme para siempre en este convento, al que vamos a abrir a la cultura.