La pandemia del Covid 19 ha generado una crisis planetaria explosiva con incierto pronóstico sobre cuándo ni cómo se saldrá. Ya se perciben algunos daños, además de la pérdida de vidas, como también expectativas de cambios a partir de cuestiones que esta situación reveló.
La CEPAL proyecta una caída del PIB para América Latina y el Caribe de casi el 6%, (sería la peor en toda su historia) con recesión económica, más desempleo, pobreza y desigualdad.
Asimismo, se especula que podría reforzarse la tendencia actual de pérdida de confianza en la democracia y las instituciones políticas.
Todo ha cambiado en pocos días, entramos por un túnel de temor a otra forma de vida. Trabajar, estudiar, comprar, reunirnos, y todo lo que hacemos por internet debido al confinamiento y distanciamiento social, salir lo indispensable y adoptar medidas de aseo y protección personal y de objetos, entre otras.
La parálisis mundial de actividades industriales y movilidad ha dado un respiro al planeta que venía con altísimos niveles de contaminación, degradación y agotamiento de recursos naturales, más el calentamiento creciente que provoca el cambio climático y las catástrofes. Cursos de agua más limpios, animales en radios urbanos, relevamientos de aire más puro y menores emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), etc., han puesto de manifiesto el mal que nos hacemos con un modelo de desarrollo insostenible e injusto que debe modificarse.
Aparecen interrogantes y cuestionamientos sobre la continuidad del camino globalizado recorrido. Si se intentará una recuperación por el mismo sendero insatisfactorio o si habrá cambios hacia un modelo más sostenible e inclusivo. Si los nuevos comportamientos que adoptamos para reducir el daño de hoy nos servirán mañana para producir, consumir y vivir de otra manera procurando salud y bienestar.
Tan urgente como salir de esta pandemia y prepararse para otras -como ya han sucedido-, es asumir la emergencia climática y ambiental que debemos resolver para evitar consecuencias más graves para la vida de millones de personas en el mundo.
Hay objetivos claros para que los países integrantes de Naciones Unidas multipliquen sus ambiciones en esta década para disminuir la emisión de GEI un 45% hasta 2030, con una economía descarbonizada.
El coronavirus no tiene fronteras geográficas y afecta a todos, pero los más pobres y vulnerables por sus condiciones de vida están más expuestos a los riesgos. Para resolver este problema de salud aún no está la solución, pero para la crisis ambiental y climática sí sabemos qué debemos hacer.
Si las respuestas después de la pandemia contendrán necesarias inversiones para recuperar la actividad económica -volver a la “normalidad”- y no se contempla una estrategia que combine de mejor manera lo económico, ambiental y social, seguiremos peor que antes.
Las actividades económicas y humanas no pueden abastecerse de recursos naturales y energía como si fueran inagotables. Producción limpia generando menos GEI y residuos y consumo responsable, son componentes de un nuevo paradigma. Es necesario pasar de una economía lineal (producir, usar y tirar) a una economía circular, más verde, reparadora y regenerativa, alargando la vida de los productos y su uso, reutilizando o reciclando desechos en círculo.
La crisis sanitaria, como también los impactos ambientales y climáticos se verifican en las ciudades, donde vivimos, trabajamos y nos relacionamos entre las personas y con el ambiente en un mundo cada vez más urbanizado. Las ciudades tienen que asumir retos económicos, ambientales, sociales y espaciales sin precedentes.
Así como el Covid 19 hizo revalorizar el rol del Estado, de sus posibilidades y capacidades para responder en la emergencia, también el futuro desafía a los gobiernos locales y al compromiso ciudadano para elaborar nuevas respuestas a problemas complejos.
Es deseable el pasaje de un esquema vertical de mando y obediencia fortalecido por la pandemia, a uno horizontal de participación concreta, con responsabilidades tanto para el sector público como para el sector social y empresarial o privado. Nuevos enfoques, más abiertos, flexibles frente a los cambios, nuevas formas de pensar y de hacer, nuevas herramientas para la complejidad, gobernanza en red compartiendo políticas y estrategias con actores diversos, no solo para salir de la crisis sino para adaptarnos a una nueva época.
La gobernanza en una democracia participativa debe apuntar a una relación Estado-Sociedad con capacidades para tratar los asuntos colectivos, para encontrar consensos y respuestas tanto para asumir la reparación después del coronavirus como para la construcción de un futuro sostenible.
Un proceso integrador, de relaciones más horizontales en la comunidad, requiere actitudes innovadoras, liderazgos relacionales, fortalecimiento de instituciones y capacidades, con espacios de diálogo y debates democráticos, de encuentros de confianza, de participación responsable para la interacción.
Mejorar las capacidades del sector público y privado con la formación y la capacitación de personas para leer mejor la realidad, para desarrollar aptitudes y adquirir habilidades de gestión de lo público, enriquece la vida en la comunidad y favorece la posibilidad de compartir ideas, información, proyectos, planes y acciones para mejorar la calidad de vida de todos.
Una economía y una sociedad baja en carbono en ciudades sostenibles, resilientes e inclusivas, con calidad democrática y protagonismo ciudadano, constituyen un enorme desafío para las políticas públicas y la sociedad del difícil presente y el mejor porvenir.